La epidemia del coronavirus convirtió a la bulliciosa Beijing en una ciudad desierta

La capital china con casi 22 millones de habitantes se transformó en una megalópolis fantasmal de la que la vida parece haberse esfumado. Abundan los controles de temperatura, incluso en zonas residenciales, y si se detecta fiebre se prohíbe el ingreso, aunque viva allí

Los centros comerciales de la capital, habitualmente muy concurridos, están vacíos. Solo algunos vehículos se aventuran en las silenciosas avenidas, dándole a la megalópolis de más de 21 millones de habitantes un aire de ciudad fantasma, en plenas festividades del Año Nuevo lunar.

Ante una epidemia de neumonía viral que se acelera, con cerca de 500 muertos y más de 20 mil pacientes contaminados, las autoridades alientan a la gente a quedarse encerrada en casa, y si salen, a portar una mascarilla.

Calles desiertas en un gélido aire invernal, locales clausurados por todas partes y los muy pocos viandantes que se atreven a salir cubiertos con mascarillas -cuando no también con guantes de látex para evitar cualquier posible contagio- conforman un paisaje casi de amanecer posnuclear en la antigua capital imperial.

Las bajas temperaturas tampoco ayudan a que la gente circule por las calles (AFP)
Las bajas temperaturas tampoco ayudan a que la gente circule por las calles (AFP)

El ambiente de ansiedad no incita a poner un pie fuera. En las estaciones de metro, se efectúan controles de temperatura realizados por agentes en combinación de protección integral. La temperatura corporal es igualmente vigilada en estaciones de tren, hoteles, comisarías… y hasta en los complejos residenciales, en cuyas entradas un termómetro es impuesto en la frente de las visitantes.

Si alguien tiene fiebre desde luego no podrá entrar en los edificios, aunque viva allí, y será enviado al hospital más cercano especializado en el tratamiento del virus.

La gente no se fía del nuevo virus y en su inmensa mayoría, siguiendo las recomendaciones del Gobierno, ha optado por el teletrabajo desde casa o la prolongación de las vacaciones antes que coincidir en cualquier lugar con otras personas que pudieran transmitir la infección.

Los repartidores a domicilio de cualquier tipo de mercancía, un signo distintivo de Beijing y de toda China, son casi los únicos que continúan insuflando, a lomos de sus ciclomotores, algún aliento de vida a las calles de la ciudad.

(AFP)
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Debido a la epidemia varios acontecimientos festivos así como los viajes en grupo han sido suspendidos en todo el país. Los propios transportes están paralizados, con la anulación de al menos 2.000 trenes interprovinciales.

«Ha sido el Año Nuevo más triste de mi vida», se lamenta Hao Li, un joven informático, que salió también a abastecerse de alimentos, y que tuvo que cancelar su viaje para pasar las fiestas con su familia en el interior del país debido a la epidemia.

Fuente: infobae.con (Con información de AFP y EFE)