Tres meses sin Fernando Crimen en Villa Gesell: en un pabellón para 25 y con seguridad especial, así viven los 8 rugbiers en la cárcel de Melchor Romero

Qué comen, qué hacen en las tres horas de recreación que tienen por día y cómo los tratan los demás presos.

En algún recoveco de las celdas, los rugbiers de Zárate guardaban una íntima esperanza de obtener un fallo favorable a los planteos que su abogado hizo ante la Cámara de Dolores. Encontraron en los libros de derecho penal que leen en la alcaidía 3 de Melchor Romero algunos argumentos que, creían, podían estar de su lado. Fue una ilusión que levantó el ánimo del grupo alojado ahí desde el 14 de marzo.

La confirmación de la prisión preventiva resuelta por los camaristas y el rechazo a sus pedidos de apartar a la fiscal Verónica Zamboni, derrumbaron ese deseo y la decepción se contagió como el virus entre los ocho jóvenes de Zárate, procesados por el homicidio de Fernando Báez Sosa (18), ocurrido después de una golpiza en la puerta del boliche Le Brique de Villa Gesell.

En poco más de un mes de reclusión en este penal que funciona en la periferia de la capital bonaerense, los muchachos acusados ​​de la golpiza fatal contra Fernando habían superado la «fase uno» de la convivencia carcelaria: el hostigamiento de otros detenidos, que consideran unos «privilegiados» a «los pibitos» porque están casi solos en el pabellón 6, con capacidad para 25 internos y con seguridad preferencial. El Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB)​ tiene un celo especial en la custodia de los responsables de un caso que conmovió a la opinión pública en la temporada del verano 2020.

Los intercambios agresivos, en las mínimas oportunidades que tuvieron contacto con pares dentro de la penitenciaría; los gritos desde las ventanas, cuando aparecían en el patio del penal. Esas actitudes los replegaban, los atemorizaban. Una tarde decidieron dejar el recreo de tres horas al aire libre, a solo diez minutos de comenzado. No soportaron los insultos y las amenazas.

En Romero, los ubicaron en cuatro calabozos. Parecía un reducto más amigable, hasta que uno de los muchachos percibió en su propia piel que en prisión todo puede ser siempre más severo. Una mañana despertó infestado por picaduras de pulgas. La sospecha es que esos parásitos se los trasmitió alguna rata que habita el penal. Las ronchas y las escoriaciones lo obligaron a pedir atención médica. Y a que sus padres le acercaran alguna crema para aliviar la picazón.

A más de un mes de su llegada -que coincidió, además con el inicio del aislamiento obligatorio por la pandemia- los ex deportistas de Zárate recorren la segunda etapa del proceso de adaptación a la vida carcelaria. Intentan aprovechar al máximo las tres horas diarias que tienen para recreación. El permiso está de lunes a viernes, algún día de mañana, otro por la tarde. Hacen ejercicios, explotan esos momentos para charlar, practican algo de fútbol.

«Este es el período de encarcelamiento en el que comienza a cambiar la perspectiva. Ya no piensan que tienen que estar 21 horas encerrados. Prefieren mirar la otra mitad del vaso y disfrutar esos 180 minutos de aire fresco que tienen todos los días», explicó un penitenciario con muchos años de carrera.

La relación entre ellos parece ser horizontal. Para abordar las cuestiones vinculadas con la defensa, a cargo del abogado Hugo Tomei, o para la organización interna detrás de las paredes que le amputan sus libertades. Máximo Thomsen, en algunas cuestiones, aparece como un incipiente líder para algunas iniciativas. Puede encabezar algunos planteos o conducir un pedido a las autoridades.

Thomsen y los hermanos Pertossi asumen algún rol más activo cuando la angustia atraviesa al conjunto. «Hay días que están normales y otros que se ven muy bajoneados. Cuando se informó sobre de la prohibición de las visitas, o cuando les informaron el fallo de la Cámara, los vimos muy afectados»

En el pabellón no hay radio, TV y tampoco los habilitaron para el uso de teléfonos móviles, como se hizo con casi 5.000 detenidos de todo el sistema, a partir de un fallo de Casación de hace dos semanas. Todos los días acceden al único teléfono «a tarjeta» que funciona, para hablar con padres o amigos.

Pronto, una vez asumido que el encierro será su futuro a mediano y largo plazo, transitará una tercera faceta del encierro. Será el momento de la reflexión y tal vez, la literatura, admiten los guardias experimentados. Por ahora no fueron a la biblioteca. Los textos penales y algunas novelas que hojearon en estos días se las acercaron sus familiares.

Una vez por semana tienen el único acercamiento con algo similar al mundo exterior. Los padres o quienes estén autorizados les llevan mercaderías, sin tener contacto por cuestiones de prevención sanitaria. Son paquetes requisados con rigurosidad -como el de todos los detenidos- que casi siempre contienen yerba, galletitas, champú, jabones y algo de ropa.

Hay un código no escrito: las medialunas de la panadería de Zárate, los chocolates y las golosinas, se reparten en porciones idénticas, cualquiera sea el receptor de la encomienda. La decisión se entiende como una demostración de camaradería, de comunión para no desmoronar la estructura que los mantiene cohesionados hasta ahora.

Esos placeres gastronómicos complementan la alimentación del penal que llega en viandas, hasta el taburete de la celda. No hay comidas en grupo como se ve en las series de Netflix. Por lo tanto, se reducen al mínimo los contactos con otros detenidos. Reciben por una hendija los desayunos y las meriendas: infusiones y pan con mermeladas. Los almuerzos y las cenas pueden ser milanesa de pollo con arroz, risotto, milanesa de carne con ensalada de repollo, tomate y lechuga, pata y muslo de pollo con papas al horno. Por lo general los postres son gelatina o flan.

Por protocolo, el área de psicología de la Alcaidía entrevistó a los ocho rugbiers cuando entraron y también tuvieron otros encuentros en estos 35 días. «Todos mantienen un perfil muy bajo. No han protagonizado ningún incidente o evento indisciplinado. Tampoco hicieron peticiones a los agentes penitenciarios y se comportan con respeto hacia el personal», describieron en las fichas de registro los profesionales que analizaron a los chicos.

Apenas mantuvieron mínimas charlas con el jefe de la unidad. El último fallo de los juegos de la cámara de Dolores los describe como «fríos y calculadores». No hay forma de derribar o sostener esa calificación con sus acciones dentro de la alcaidía de Melchor Romero.