Bahía Blanca: Setenta años no pudieron apagar el amor


Con 96 y 94 años, José Fernández y Celina Giangreco coronaron siete décadas de matrimonio yéndose de este mundo con un día de diferencia.


El amor a veces se manifiesta de las formas más extrañas. Pero en este caso, el amor siempre se vistió de amor, de protección, respeto y devoción. Los pasados 14 y 15 de enero, la que quizás fuera la pareja más longeva de Bahía Blanca escribió su capítulo final tras 70 años de matrimonio.

José Fernández nació en Dorrego en 1920 y tras unos años en Punta Alta recaló en Bahía, donde conoció a Celina, una joven del barrio Napostá dos años menor que él. “Se conocieron en un baile, de esos a los que asistía toda la familia. Después de 3 años de noviazgo se casaron, en 1946, y al año nací yo, su única hija”, contó Mercedes Fernández, quien ayer precisamente cumplió 70.

«Mi mamá trabajó un tiempo en un lavadero de uniformes de marineros, pero desde el día en que se casaron mi papá no quiso que trabajara más, ya que él prometía cuidarla, amarla y mantenerla. Él, que ya estando casado fue a la escuela industrial, se recibió de técnico electrónico e hizo carrera en el Correo Argentino», agregó la mujer.

«En Bahía vivieron en muchos barrios: Rivadavia, Sánchez Elía, Pacífico, Pedro Pico, Patagonia y Jubivi, del cual mi padre fue pionero y uno de los fundadores, a principios de los 90. Tuvieron casa propia, pero una vez que vendieron para ayudar económicamente a mi abuela en sus últimos años de vida, les fue mal por esas vueltas del país y se quedaron sin nada. Por eso cuando surgió la posibilidad de crear un barrio para jubilados, mi papá se puso la organización al hombro».

José y Celina, padres de Mercedes, abuelos de Mauro (41) y Evelín (32), y bisabuelos de Lucía (12) e Isabela (4), eran luchadores, optimistas y compañeros de la vida. “Hacían todo juntos, siempre proyectando como si fueran a vivir para siempre. No se dieron lujos, su principal afición era tener siempre su casa cuidada y pintoresca. Mi papá cuidó de mi mamá hasta los últimos días de su vida”, recordó Mercedes.

“El último año de sus vidas yo me tuve que ir a vivir con ellos, porque mi papá no quería que fuera ninguna enfermera, decía que de mi mamá se ocupaba solamente él. Ella tenía cáncer y su cuerpo se venía deteriorando, mi papá estaba perfecto de salud, hasta que cayó cuando mi mamá ya no pudo resistir más”.

“Cuando la internaron a mi mamá, el doctor dijo que el que más grave estaba era mi papá, nosotros no entendíamos de qué estaba hablando. Resulta que mi papá, que siempre había estado bien, aguantó los últimos 15 días de su vida sin decir nada con una infección urinaria y una pulmonía doble, todo para que la atención y los esfuerzos no dejaran de estar posados en la salud de mi mamá”.

“Los internaron con horas de diferencia y, gracias a un gran gesto de la gente del Privado del Sur, en la misma habitación, para no separarlos en sus últimos momentos después de toda una vida juntos. Mi mamá falleció el 14 de enero, el día que cumplía 94. Mi papá, que ya estaba como en un sueño, creo yo que se dejó ir cuando inconsciente se dio cuenta de que mi mamá ya no estaba a su lado”.

“Su último verano juntos mi papá le seguía llevando a mi mamá, como los últimos 30 años desde que se jubiló, la bandeja del desayuno a la cama. Eran una pareja alegre y llena de amor, mi hija una vez los descubrió durmiendo de la mano, de la única manera en que podían vivir”.